A:
Salí a trompicones del café al borde de las lágrimas.
Necesitaba estar sola. Después de que me hubiera soltado eso necesitaba pensar
y ver qué era lo que hacía, si de verdad merecía la pena quedarme a su lado o
no.
La gente que estaba paseando por el parque se giraba al
verme pasar corriendo a su lado, preocupados por mí al parecer. No sabía qué
hacer. Podía ir hasta casa y coger la maleta, ya preparada para irme. O
simplemente podría dejar de correr e ir en su busca.
La última idea no me desagradaba. Al fin y al cabo habían
sido casi cinco años a su lado, y sabía que lo que sentía hacia él no era
simplemente amistad. Pero lo que ponía en duda era lo que él sentía. Si hubiera
sentido lo que yo, no hubiera hecho eso. Pero me lo había contado, lo que
significaba que le importaba de verdad.
Sacudí la cabeza intentado alejar los pensamientos
contradictorios de mi cabeza. Paré en seco y con la
respiración entrecortada me giré esperando encontrarme con su característico
pelo rojo. Pero no había nadie.
Estaba cansada, y empezaba a sudar, por lo que decidí
sentarme bajo la sombra de un gran cerezo. En el fondo lo hacía porque quería
esperarle, porque tenía la esperanza de que iba a venir en mi busca, confesarme
que me quería y que de verdad sentía lo que había hecho.
Suspiré y ya calmada me sequé las lágrimas y las pequeñas
gotas de sudor que habían emergido en mi rostro. Una suave brisa arremolinaba
mi pelo y hacía que la sensación de calor no fuera tan agobiante.
Me pensé la idea de dormir un poco, puesto que la noche
anterior no había dormido casi nada pensando todo el rato qué era lo que me
tenía que decir, pero rápidamente descarté la idea. Si dormía no iba a verle
pasar.
Si es que iba a venir.
Lentamente los
minutos pasaron hasta convertirse en horas. Cuando las campanadas de la iglesia
del parque dieron las ocho me levanté y retomé mi camino hacia casa.
No podía ocultar mi decepción y más de una vez las ganas de
llorar amenazaron por asomarse a través de mis ojos, pero las reprimía con
todas mis fuerzas. No quería venirme abajo en medio de la calle.
Antes de girar cada esquina me daba la vuelta dubitativa,
esperando encontrarme a un pelirrojo corriendo hacia mí y gritando mi nombre.
Pero con cada mirada hacia atrás mi corazón se desquebrajaba un poco más.
Era tonta, lo sabía. No entendía cómo podía seguir
manteniendo la esperanza de que fuera a venir en mi busca. Una vez escuché que
la esperanza era lo último que se perdía. Por lo visto tenían razón.
Al final llegué al portal de mi casa, pero esta vez no me
giré. Al entrar al portal alguien se chocó conmigo, pero no me gire para disculparme.
Él tampoco lo hizo, lo que me enfadó un poco. Igual en otro momento le hubiera
dicho algo, cuando no tuviera ganas de llorar.
Al meter la llave en la puerta de casa las lágrimas
empezaron a asomar por mis ojos. Los sollozos no tardaron en llegar. Al entrar
en casa cogí la maleta e intenté mirar el piso vacío, pero las lágrimas me lo
impedían. Las habitaciones, llenas de recuerdos, se desfiguraban.
Hacía tiempo que había decidido mudarme. Había estado
mirando casas durante meses, y por fin había encontrado lo que buscaba. En un
principio estaba segura, pero según pasaban los días las dudas surgían en mi
interior con más intensidad.
Al final me di cuenta de que lo único que me retenía aquí
era él. Por lo tanto decidí que si de verdad tenía que quedarme, él me pediría
que lo hiciera. Pero nunca lo hizo. Y hoy, que era el último día que me quedaba
para vivir en esta casa, esperaba que me pidiera que me quedara a su lado. Pero
no lo hizo. Y nunca lo hará.
Salí de casa y dejé las llaves en el buzón como le prometí
al chico del alquiler. Intenté calmarme y a paso seguro emprendí el camino
hacia la estación de tren. Llegué a mi destino antes de lo que me esperaba, y
compré el billete del primer tren que se dirigía hacia la ciudad donde se
encontraba mi próximo hogar.
El tren salía dentro de media hora, por lo que me sobraba
tiempo. Decidí dar un paseo por la estación de tren, y me adentré en las
tiendas en busca de algo que me entretuviera en el viaje. Cuando por fin una
voz femenina dio el primer aviso me dirigí hacia el tren con un nuevo libro en
la mano. Miré el reloj, quedaban diez minutos para que el tren saliera.
Ya estaba completamente calmada, y sin más dilación me subí
al vagón correspondiente. Pero pronto las dudas volvieron a florecer en mí, e indecisa salí al andén esperando que él viniera en mi busca por última vez.
Al final el revisor me advirtió de que el tren estaba a
punto de marcharse, por lo que me monté de nuevo. Finalmente, mirando el paisaje pasar
rápidamente por las ventanas asumí que no lo volvería a ver nunca más.
B:
Nada más verla salir de la cafetería supe que había metido la
pata. Dejé un billete de diez euros esperando que con eso bastara y salí
corriendo detrás de ella. Me costó un poco llegar a distinguirla, pero fue lo
suficiente para ver cómo se adentraba en el parque.
Seguramente se dirigía hacia su casa, por lo que decidí
atajar por la calle principal. Si no calculaba mal, llegaría antes que ella a
su casa, donde la esperaría. Seguí corriendo calle arriba, sin pararme por
miedo a que ella llegara antes a casa.
¿Cómo había podido ser tan tonto de habérselo dicho así? Me
costaba encontrarle lógica a mis ideas ahora que las había cumplido. En un
principio había decidido pedirle primero que se quedara y luego contarle lo de
la noche de carnavales, pero al poco cambié de planes. Era mejor contarle
primero la verdad y luego pedirle que se quedara.
Así si me perdonaba y se quedaba, vería que le importaba de
verdad.
Pero lo que no había previsto era que se lo fuera a tomar
así. Aunque la acción dejaba claro que me quería. Y que le había hecho daño de
verdad. Nunca me había arrepentido tanto de algo, y la agonía me llenaba por
dentro.
No me quedé tranquilo hasta que llegué al portal.
Milagrosamente me encontré con una vecina que me abrió la puerta con una
sonrisa. Ella me conocía de todas las veces que había ido a casa de ella.
Subí las escaleras de dos en
dos hasta llegar a la puerta de su piso. Era imposible que hubiera llegado,
pero para asegurarme llamé a la puerta. Como me esperaba, no obtuve respuesta,
por lo que me senté en el rellano con la espalda apoyada en la puerta y esperé.
Estaba seguro de que iba a
venir, de que iba a volver a su casa para recoger las cosas e irse. Pero según
pasaban los minutos las dudas empezaban a bombardear mi mente. ¿Y si no tenía
por qué parar en casa? ¿Y si se había ido a casa de su madre? Poco a poco estas ideas iban tomando más y
más consistencia.
Las horas pasaron
lentamente, agonizándome con cada minuto que pasaba. Y finalmente me di cuenta
de que no iba a volver, de que no iba a volver a verla. Solté un sonoro suspiro
y empecé a bajar las escaleras con lentitud, aun manteniendo la esperanza de
que iba a subir.
Pero no pasó, y con lo único
que me encontré fue con alguna maleducada vecina que se chocó conmigo. No me
limité siquiera en fijarme en quién era, lo único que quería era llegar a casa. No
sabía qué era lo que iba a hacer ahora sin ella.
Si no hubiera sido tan
tonto… Aunque ella también podría haberme esperado, podría haberse dado media
vuelta y buscarme. O simplemente llamarme. Podría haberla llamado yo, pero como
se iba a cambiar de país había decidido conseguir un número allí.
Llegué a mi casa un buen
rato después, completamente agotado. No tenía ganas de nada, por lo que me
tumbé en el sofá y encendí la tele con la casi inexistente esperanza de
mantenerme distraído. Pero mi mente todo el rato estaba ocupada pensando en
ella.
Entonces me di cuenta.
Aún tenía una oportunidad.
Una última oportunidad. Si no lo intentaba no me iba a perdonar en toda mi
vida. Dejando todo como estaba, sin limitarme a apagar la televisión, me dirigí
corriendo hacia la estación de tren.
Me costó mucho llegar, pero
cuando lo hice fui directamente hacia la taquilla. Con la respiración
entrecortada pedí un billete de tren, pero me respondieron que no quedaban
tickets.
Fue un golpe duro, pero a
pesar de ello no lo di todo por perdido. Quedaban cinco minutos para que el
tren saliera de la estación, por lo que si se iba en ese tren seguramente
estuviera por las tiendas de la estación, sabía que le encantaba mirarlas para
hacer tiempo.
Desesperado fui corriendo de
tienda en tienda gritando su nombre, sin recibir ninguna respuesta. Recorrí
todas las tiendas lo mejor que pude, pero no la encontraba. Por fin dieron la
última llamada para montarse en el tren.
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