sábado, 29 de junio de 2013

Segundo relato: la tarta

Hoy os traigo otro relato un poco más largo que el otro. Respecto al blog espero que os gusta y aunque ya sepa que nadie me lee voy a intentar que eso cambie, aunque sea a los que me leeís muchísimas gracias.

LA TARTA

La cálida luz del horno inundaba la cocina dándole un aire mágico y relajado a cada objeto que había en ella. Si te acercabas un poco podrías ver como la tarta se elevaba lentamente en el molde gracias a la levadura y como poco a poco la manzana se iba deshaciendo llenando la casa con su característico olor.
En frente del horno se encontraba un pequeño chico, de unos tres años de edad, rubio como el sol. Tenía las manos apoyadas en el cristal de este y miraba con admiración la cocción de la tarta.
Cuando llegué a su lado me miró con su característica sonrisa, esa que le creaba unos pequeños hoyuelos en cada moflete y que te entraban ganas de comértelo a besos. Me miró con sus ojos verdes y caminó lentamente hacia mí. Lo cogí en brazos y lo senté en su silla con torpeza, todavía no le había pillado el truco a esto de ser madre. Pero como a todo, le acabé pillando el truco.
Cuando creí que la tarta estaba hecha la saqué del horno y la dejé en la encimera para que se enfriara. Mientras tanto el pequeño reía a carcajadas por las cosquillas que le hacía su padre, exhausto por el día de trabajo.
Con un agradable beso en la mejilla y un “hola” se fue de la habitación a descansar. Aunque intente esconder mi alegría de que hoy volviera pronto no pude y me pasé la tarde canturreando más feliz de lo que estaba antes.
- ¿Tienes ganas de comer tarta? – le pregunte al crio con cariño.
- Sí – me contestó de nuevo con una graciosa sonrisa
-Pues toma –le dije tendiéndole un trozo bien grande de tarta – Espera un poco a que se enfríe un poco más no vaya a ser que te quemes.
Todavía me acuerdo de como la devoró cuando se enfrió. Se le veía feliz de poder disfrutar de aquella tarta, me esforcé como nunca en intentar que supiera lo mejor posible. Cada paso lo hice con precisión y la elaboré con mucho cariño. Y mereció la pena.
Y ahora estoy viendo lo mismo. El mismo chico sentado en frente del horno mirando con admiración como sube la tarta y que la mira con esos ojos verdes. Me acerco como aquel día a él y esta vez lo abrazo.
-          Te he echado de menos – le susurro intentando aguantar las lágrimas.
-          Y yo a ti. –me dice abrazándome más fuerte.
-          Creo que esto ya está.
Sacamos los dos con cuidado la tarta del horno y la sacamos al jardín para que se enfría rápidamente, no sé si podremos aguantar mucho más sin comerla con el olor a manzana cocida en el ambiente.
-          Todo esto me recuerda a ese día de invierno. –me dice con la misma sonrisa que cuando era pequeño.
Es verdad que ha crecido notablemente, que su espalda se ha anchado y que ahora ya no le puedo llevar en brazos, sino que él me tiene que llevar en ellos; pero sigue siendo mi bebé.
-          Todavía te acuerdas –le digo secándome las lágrimas y sonándome los mocos con un pañuelo.
-          Sí, todavía me acuerdo de aquél día, hace exactamente un año.
-          Que recuerdos aquellos; pero… ¿Al final te vas a quedar? – le pregunto mientras se me forma un nudo en el cuello.
-          Creo que no. Pienso acepar el trabajo. – me dice después de unos segundos que se me hacen eternos.
-          Pero prométeme que volverás. –le digo aguantando las lágrimas que amenazan con desbordarse por mis mejillas.
-          Te lo prometo. – me dice antes de darme un beso en la coronilla.

Aquél día en el que me despedí de él antes de que se fuera fue inolvidable. Después de despedirse de mí, cuando volví a casa a duras penas y entré en la cocina me encontré la mesa llena de fotos de aquél día, cuando todavía era pequeño. Cuando todavía era feliz.

Creo que nunca he llorado tanto en toda mi vida, no entendía por qué se tenía que haber ido él, justo él a luchar a la maldita guerra. Pero lo hizo, y yo lo tuve que aceptar a regañadientes.

Pero el día que volvió, después de tantos años sí que fui feliz de verdad. Aquel día le recibí con una enorme tarta de manzana entre mis manos y me prometió que se iba a quedar para siempre.


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