Buento, también quería deciros que estas navidades intentaré publicar diariamente. No garantizo nada, pero es un objetivo que me gustaría cumplir, ¿creeis que lo conseguiré?
¿Os acordáis del segundo relato que publiqué, el de la tarta? Pues hace poco lo leí y me di cuenta de los fallos que tenía respecto a persona y tiempo así que decidí volver a escribirlo, a ver qué os parece :3
LA TARTA
La cálida luz del horno inundaba la cocina dándole un aire
mágico y relajado a cada objeto que había en ella. Si te acercabas un poco podías
ver como la tarta se elevaba lentamente en el molde gracias a la levadura y
como poco a poco la manzana se iba deshaciendo llenando la casa con su
característico olor.
En frente de éste se encontraba un pequeño niño que no
superaba los tres años y medio, el cual se apoyaba en el cristal del horno. Su
rostro, iluminado por la luz del electrodoméstico parecía más niño de lo
habitual y le daba un toque coqueto. Admirado, con los ojos atentamente fijados
en la tarta veía cómo subía y aumentaba
de tamaño poco a poco.
Cuando llegué a su lado me miró con su característica
sonrisa pintada en su cara, esa que le creaba unos pequeños hoyuelos en cada
moflete y que te entraban ganas de comértelo a besos. Me observó con sus ojos
verdes y caminó lentamente hacia mí. Lo cogí en brazos y lo senté en su silla
con torpeza.
Cuando creí que la tarta estaba hecha la saqué del horno y
la dejé en la encimera para que se enfriara. Mientras tanto el pequeño reía a
carcajadas por las cosquillas que le hacía su padre, exhausto por el día de
trabajo.
Con un agradable beso en la mejilla y un “hola” se fue de la
habitación a descansar. Últimamente solía trabajar hasta tarde y era el primer
día que volvía pronto. A pesar de mis esfuerzos por intentar ocultar mi alegría
por ello no pude y sonreí durante el resto del día.
- ¿Tienes ganas de comer tarta? – le pregunté al crio con
cariño.
- Sí – me contestó con una graciosa sonrisa
-Pues toma –le dije tendiéndole un trozo bien grande de esta
– Espera un poco a que se enfríe algo más no vaya a ser que te quemes.
La sonrisa que se dibujó en su rostro cuando dejé el plato
con la tarta delante de él fue inolvidable; parecía feliz de verdad. Cuando se
enfrió devoró la tarta saboreándola con cada mordisco, como si fuera a ser la
última vez que la fuera a tomar. Ése día todos parecíamos felices, incluso por
el mero hecho de poder comer una simple tarta; aunque en realidad me esforcé
como nunca en intentar que supiera lo mejor posible. Y mereció la pena.
Y ahora estoy viendo lo mismo. El mismo chico sentado en
frente del horno mirando con admiración como sube la tarta, con esos característicos
ojos verdes. Me acerco como aquel día a él y esta vez lo abrazo.
-
Te he echado de menos – le susurro intentando
aguantar las lágrimas.
-
Y yo a ti. –me dice abrazándome más fuerte.
-
Creo que esto ya está.
Sacamos los dos con cuidado la tarta del horno y la dejamos
en el jardín para que se enfríe rápidamente, no sé si podremos aguantar mucho
más sin comerla con el olor a manzana en el ambiente.
-
Todo esto me recuerda a ese día de invierno. –me
dice con la misma sonrisa, con esos mismos hoyuelos que se le creaban cuando
era pequeño.
Es verdad que ha crecido notablemente,
que su espalda se ha anchado y que ahora ya no le puedo llevar en brazos, sino
que él me tiene que llevar en ellos; pero sigue siendo mi bebé.
-
Todavía te acuerdas –le digo secándome las
lágrimas y sonándome los mocos con un pañuelo.
-
Sí, todavía me acuerdo de aquél día.
-
Qué recuerdos aquellos; pero… ¿Al final te vas a
quedar? – le pregunto mientras se me forma un nudo en el estómago.
-
Creo que no. Pienso acepar el trabajo. – me dice
después de unos segundos que se me hacen eternos.
-
Pero… Salían dentro de poco, ¿no?
-
- S-sí… Mañana. –me dice apartando la mirada.
-
¿Y cuándo me lo pensabas decir? – le digo apenada.
-
Yo…
-
-Pero prométeme que volverás. –decido decir
aguantando las lágrimas que amenazan con desbordarse de nuevo por mis mejillas
-
Te lo prometo. – me dice antes de darme un beso
en la frente.
Aquella primera parte de la tarde
fue incómoda, todo lo contrario a aquella anterior. El ambiente a pesar de oler
a manzana estaba cargado. El silencio que perduró pese a sus muchos intentos
por romper el hielo tampoco ayudaba mucho en la tarea de hacerlo más ligero.
Cuando estaba anocheciendo me acuerdo
que decidimos sacar todas las fotos que tenía guardadas de cuando era pequeño.
La verdad es que estuvimos un agradable rato viéndolas todas, recordando viejos
momentos, olvidándonos de la realidad…
Cuando llegó la hora despedirse
milagrosamente pude reprimirme las ganas de llorar; pero cuando volví la cocina
y vi todas las fotos sobre la mesa no pude evitarlo. Las lágrimas salían solas
de mis ojos sin control. El llanto no tardó en llegar. En aquellas fotos se le
veía tan sonriente, tan feliz…
Creo que nunca he llorado tanto
en toda mi vida. En aquel momento no podía entender por qué él, justamente él
se tenía que ir a la guerra a luchar. Después de lo de mi marido… No quería que
él también se fuera. Pero no veía que era la única opción que tenía.
Pero el día que volvió, después
de tanto tiempo fue feliz de nuevo. Aquel día le recibí con una enorme tarta de
manzana entre mis manos y una anchísima sonrisa en mi rostro. Cuando me
prometió que se iba a quedar para siempre fui la alegría
se apoderó de mí después de tanto tiempo.
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